Al pensar en la vida eterna podemos llegar a diversas conclusiones. La primera: no hay vida eterna. La segunda: hay vida eterna. La tercera: no sabemos, y quizá no podemos saber, si hay o no hay vida eterna.
Llegan a las dos primeras conclusiones quienes aceptan una serie de argumentos que, según piensan, permiten negar la vida eterna (primera conclusión) o admitir su existencia (segunda conclusión).
Llegan a la tercera conclusión quienes no encuentran argumentos convincentes ni para negar la vida eterna ni para admitir su existencia.
Luego, desde la conclusión que uno adopte, surgen naturalmente una serie de subconclusiones, que pueden ser diferentes de persona a persona.
Así, por ejemplo, quien niega la vida eterna puede sentirse satisfecho y tranquilo al sostener que esta vida (la presente) es lo único que existe, y que no tendría sentido sufrir o angustiarse ante una vida tras la muerte (que no existiría).
Otro negador de la vida eterna puede sentirse angustiado, porque siente que la vida presente, al no existir algo más allá, sería un absurdo, o un drama, o un sinsentido para millones de personas, especialmente para los fracasados y los que sufren tantas formas de injusticia.
Por su parte, una persona que admite la vida eterna podría dar poca importancia a la vida presente, si llegase a suponer (erróneamente) que no tiene valor respecto a la vida auténtica, la que empieza tras la muerte.
Otra persona que también cree en la vida eterna puede sentir una enorme responsabilidad ante la vida presente, precisamente porque el “hoy” se convierte en la llave para entrar a una vida futura feliz (cielo) o desgraciada (infierno).
Los que no llegan a ninguna conclusión, pueden tomar luego diversas actitudes ante la vida presente: siguen buscando una respuesta sobre el más allá, o la dejan de lado ante la dificultad del tema porque prefieren dedicarse a los asuntos inmediatos y más asequibles.
La variedad de conclusiones, cuando pensamos en la vida eterna, nos muestra que estamos ante un asunto complejo y, sobre todo, rico de consecuencias a la hora de reflexionar sobre los acontecimientos y las decisiones de cada día.
Sea cual sea la posición de cada uno, en el fondo casi todos coincidimos en un punto: la vida eterna es un tema importante, sobre el que vale la pena detenerse, para preguntarnos en serio si exista algo tras la muerte, si encontraremos a un Dios justo y misericordioso, si lo presente influirá (y en qué manera) respecto de lo que pudiera existir tras la frontera de la muerte…
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