Las virtudes más sobresalientes de quienes tienen la dicha de llegar a la santidad son la riqueza y el desprendimiento. Cuando hablamos de riqueza, no nos referimos a una fortuna en dinero o en bienes materiales tales como joyas, propiedades valiosas, dinero en efectivo en los bancos, diamantes o el oro mismo; su fortuna es estar cerca de DIOS y su riqueza es cumplir su evangelio, su voluntad sin apegarse o aferrarse a las posesiones materiales, para alcanzar su redención y la de todas las almas en el mundo. Los santos nos acercan a DIOS con su ejemplo, nos enseñan a DIOS con su testimonio de vida y no es porque no sean pecadores o no tengan defectos como todos los tenemos, sino que supieron vencer sus debilidades para luego fortalecerse con las gracias y bendiciones del Espíritu Santo y así perfeccionaron su existencia, preparándose a entrar en el Reino del Señor con un alma pura y limpia. Eso es algo admirable y digno de seguir.
Ellos nos muestran un camino a seguir, por supuesto que nunca libre de dolor, padecimientos, penas y sufrimientos; pero todo eso se convierte en un fuego purificador si se acepta y se lleva con confiada serenidad y paciencia silenciosa ante la misericordia de DIOS. No se puede gozar del paraíso sin tener antes un calvario. Por eso es que los niños, jóvenes, muchachos o muchachas, hombres y mujeres adultos o personas ancianas, llegan a esa iglesia triunfante en el cielo, ya que en su renuncia de sí mismos, en su desprendimiento de todo lo mundano, lo vano y material, es donde está su real riqueza, ahí con el Señor encuentran su realización completa, su felicidad absoluta.
La pobreza para ellos no es un problema de altura, es una oportunidad de confianza más plena en el Todopoderoso, las privaciones o austeridades no son un estorbo, son medios de crecer espiritualmente en su persona, la enfermedades o padecimientos no son un sufrimiento sin sentido, son un camino al encuentro con Jesús y parecerse a Él en su vía crucis. Sus penas no tienen pesadas piedras en su conciencia, son una ofrenda por la salvación de su prójimo, sus tribulaciones o problemas no son eslabones que los encadenan a la derrota, son fuente de liberación para sus almas; toda su vida la convierten en un ramo de flores como ofrenda para DIOS.
No hacen amistad con el pecado por muy pecadores que hayan sido, aborrecen la injusticia por ser incompatible con el amor de DIOS, la justicia Divina es su escudo y estandarte para detener al maligno y defenderse de todo mal que el mundo infringe a su vida. El arrepentimiento no es una humillación, es una redención que une con el Creador. La humildad es su mejor identidad, que junto a la sencillez, se transforman en tesoros espirituales para la eternidad.
No convirtieron su fe en un negocio lucrativo, ni miraron a DIOS como inversionista de bienes raíces, es decir, no intercambiaron su fe por la prosperidad financiera, en un mundo que adora el dinero y el poder.
Todo va sumando desde la juventud, nada es pequeño o insignificante para DIOS si se hace por Él, en su nombre, con amor y desprendimiento, de buena fe y con honestidad.
Entendemos esto mucho mejor cuando alrededor de nuestras vidas empieza a desaparecer paso a paso y paulatinamente, todo lo que amamos en este mundo. Vemos fallecer a más de un familiar cercano muy querido, nuestras posesiones se pierden por razones ajenas a nuestra voluntad y todo nuestro círculo cercano de amigos y personas en quienes confiábamos, comienzan a partir para siempre de nuestro lado. Todo lo que dábamos por sentado, todo lo que teníamos por seguro, de repente desaparece; hoy tenía mucho y mañana ya no tengo nada. Todo me ha sido quitado, arrebatado sin piedad ni compasión alguna. Ahí en esos instantes es donde más está DIOS y cuando más se hace presente y en dónde más lo necesitamos.
Todo el vacío que nos envuelve es una tortura muchas veces insoportable que sólo la fe en el Altísimo, en su Santa Madre la Virgen y en los Santos, así como los sacramentos de la Santa Iglesia Católica, es donde encontramos un refugio seguro que habrá de darnos consuelo, fuerzas y fortalezas con el tiempo para vencer nuestros más profundos temores y nuestras graves debilidades.
Vemos en el presente ya no docenas, ni cientos; sino miles de ejemplos de Santidad cuya existencia humilde, desprendida y rica en virtudes, nos hablan claramente de DIOS y su infinito amor por nosotros.
Por mencionar sólo a unos pocos, lejanos y también cercanos en el tiempo hasta nuestros días modernos, podemos ver a San Francisco de Asís, el santo de la humildad. San Antonio de Padua, modelo de caridad, Santa Clara de Asís fiel seguidora y amiga de San Francisco en su renuncia de la materia, hasta otros tan jovencitos como Santo Domingo Savio, San Juan Bosco gran educador de la juventud, San Luis Gonzaga que ayudaba a los pobres, Santa Teresita del Niño Jesús patrona de los misiones, Santa Teresa de Jesús, Doctora de la iglesia, San Jerónimo Doctor de la Iglesia y conocido en Nicaragua como el médico que cura sin medicinas, tenemos a los mártires del holocausto Católico en España, Francia y México, quienes no merecían morir pero lo hicieron por amor a su fe, como también los mártires de las misiones en África o Ásia del este, tenemos a los Papas San Juan XXIII y a un gigante de DIOS como es San Juan Pablo Segundo y últimamente a Carlos Acuti en Italia, recientemente Beatificado por ser un “ciber apóstol” o el “influencer de DIOS” en internet quien hizo varios documentales para mostrar los milagros eucarísticos.
Todos ellos y los que vienen son seres con grandiosas virtudes heroicas que se desprendieron de lo mundano por abrazar la riqueza de CRISTO en su única y verdadera Iglesia. Defendamos nuestra fe a como ellos cada uno a su manera y en su tiempo lo hicieron. Entrega total, confianza ciega y profundo amor lo dieron a DIOS sin reservas.
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