Tu mayor alegría consiste en levantar al caído, curar al enfermo, limpiar al pecador, salvar al perdido.
Por eso viniste al mundo: porque había tinieblas, porque dominaba el pecado, porque crecía la muerte.
Buscaste a la oveja perdida, limpiaste el corazón herido, esperaste al hombre endurecido por la culpa, derramaste sobre él tu óleo de misericordia.
Por eso sigues tras mis huellas, cuando camino por valles de muerte, cuando busco “vivir mi vida”, cuando dejo el amor para entrar en las tortuosidades del pecado egoísta y ciego.
No me has dejado nunca, porque me amas demasiado. Aunque sabes toda la malicia que hay en mí. Aunque lloras ante mis perezas y soberbia. Aunque mañana, tal vez, vuelva a dejarte por un miserable plato de lentejas.
Me sorprendes con tu Amor. Eres demasiado bueno, eres “demasiado Padre”. Un hijo sigue siendo hijo a pesar de su pecado. Tú lo sabes, y por eso no me has dejado, ni has permitido que el mal sea la última palabra de mi vida.
Tu mayor alegría consiste en abrazarme cuando vuelvo a casa. Aunque tengas que limpiar tanto barro. Aunque tengas que curar tantas heridas. Aunque a veces casi no quede en mí nada del Amor con el que me abrazaste el día del bautismo.
Sigues a mi puerta, esperando. Hoy quisiera renunciar a esa pasión, a ese odio, a ese vicio que me paraliza, que me aprisiona. Hoy quisiera dejarte entrar en mi vida, dejarte ser el médico de mis dolores y pecados.
Sé que esa será tu mayor alegría: poder invitarme nuevamente, al banquete, en familia. Con un traje limpio y un collar sobre el cuello, con el anillo del hijo que ha vuelto a casa.
Te agradezco tanto amor y tanta espera. Y te pido que tu mayor alegría empiece a ser la mía: que disfrute cuando otros, como yo, piden perdón y acogen tu abrazo cálido, misericordioso, eterno. Que tu alegría sea la de todos, la que celebramos en cada misa, la que acogemos en el sacramento de la penitencia, la que nos presenta tu Evangelio. “Os digo que (…) habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).
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- P. Fernando Pascual LC
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